viernes, 12 de octubre de 2007

Los métodos facciosos de “El País”


 El martes nueve de octubre de 2007, “El País” publica el siguiente párrafo para cerrar su editorial “Memoria de ley”: “El franquismo privó a las víctimas de su vida o de su libertad, en ningún caso de su dignidad. Fueron Franco y sus correligionarios quienes renunciaron a la suya levantándose contra un régimen constitucional, asesinando a quienes lo defendieron con la ley en la mano y también a quienes, aprovechando la indefensión de la República, se lanzaron a una revolución cuyos métodos no diferían de los que empleaban los facciosos. Difícilmente se puede devolver la dignidad a unas víctimas que no la perdieron”.

A simple vista podría parecer uno más de esos sermones amarillentos a los que nos tienen acostumbrados en “la casa”. Uno más de esos persistentes intentos por instalar entre sus lectores el infumable “pensamiento” Vargas Llosa. Uno más de esos proyectiles de “fuego amigo” disparado contra el presidente del gobierno y su ley de memoria histórica. Lluvia fina; calabobos marca Cebrian.

Los únicos que se lanzaron a una revolución fueron los anarcosindicalistas, es decir la CNT-FAI. Según el selecto club de opinólogos “con métodos que no diferían de los que empleaban los facciosos”. El insulto es grave; una acusación en toda regla.

Según esta versión, férreamente instalada en el catecismo laico, en el bando republicano los “malos”, (punto cero de la experiencia moral, dividir el mundo en buenos y malos; Ferlosio) eran los libertarios, la CNT.

La lógica es impecable; si la transición consistió en un pacto de no agresión entre franquistas, más o menos falangistas, más o menos del opus, y los comunistas, más o menos prosoviéticos, más o menos eurocarrillistas, que permitiría entrar al PSOE en el gobierno y a la derecha monárquica tener su único juguete, solo había un problema, un ruido distorsionador, que Martín Villa, ministro del interior de Suárez, identificó sin dudar: los anarquistas, el coco.

Resulta aburrido, pero conveniente, recordar que la CNT era, en los años treinta, un sindicato mayoritario en buena parte del país. Los trabajadores de Catalunya, ( sobre todo catalanes pero también, aragoneses, murcianos, almerienses, gallegos o leoneses) los campesinos andaluces, los obreros valencianos, habían creado la confederación nacional del trabajo como instrumento para defender sus intereses. Solo la UGT tenía un apoyo cuantitativamente comparable. Los socialistas eran la organización sindical más potente en Castilla, Asturias, Galicia o Euzkadi. Se pueden discutir muchas cosas, las obviedades no. Es fácil de entender y difícil de negar, aunque duro, para muchos, de admitir: La CNT representaba a buena parte de los trabajadores españoles. Eran revolucionarios. Como lo eran, en aquel tiempo, el divorcio, la jornada de ocho horas, el aborto, el amor libre, la sanidad para todos, el pacifismo, los ateneos obreros, el fin de semana, la reforma agraria o el naturismo. No eran facciosos ni utilizaron métodos facciosos.

Decir por escrito en una editorial del periódico con más lectores que quienes creyeron en la vía revolucionaria, cientos de miles de personas, cuando no millones, utilizaron métodos facciosos, es, además de mentira, conscientemente intoxicador.

Entendiendo que por “métodos facciosos” los editorialistas se refieren a sacas, paseos, fusilamientos, linchamientos o barbaridades semejantes, deberían saber que la propaganda que repiten, según la cual los anarquistas impusieron el terror en las zonas que controlaban, es falsa. Que los datos reales, manejados por historiadores, no por propagandistas, indican que la represión fue muy similar en todas las retaguardias, controladas o no por anarquistas y que los métodos eran iguales en Barcelona, en Gijón en Albacete o en Madrid. En aquellos lugares donde socialistas, republicanos o comunistas, ejercían el control ocurrieron las mismas cosas y en medida similar a donde los libertarios llevaron la revolución. Los aparatos propagandísticos de PCE y PSOE, y por supuesto de la derecha, han contribuido a crear una leyenda falsa para lavarse las manos unos, de sus propias atrocidades, para agitar un espantapájaros falso, en forma de payaso de las bofetadas, los otros. No fueron los anarquistas los responsables de las actividades de los soviéticos bajo el gobierno del socialista Negrín. No fueron los anarquistas los que continuaron aquí las purgas de Moscú en 1937 con la persecución y el aniquilamiento de los opositores, no fueron los anarquistas quienes acabaron con Andréu Nin y cientos de militantes del POUM. No fueron los anarquistas quienes controlaban Madrid en aquellos tenebrosos días de noviembre del 36 en que se produjeron los hechos más dolorosos, sino más bien al contrario, aquello desparece a partir del nombramiento de Juan García Oliver (CNT) como ministro de justicia y de Melchor Rodríguez (CNT), al que los fascistas llamarían el ángel rojo por salvar sus vidas, como director general de prisiones. Hacer la lista de las salvajadas que se perpetraron en nombre de la UGT, del PSOE, o del PCE, no se a quien corresponde. Lo cierto es que esas organizaciones son, para quien suscribe, respetables y que otros serán quienes tengan interés en sacarles los colores.

Es cierto que la expresión “incontrolados de la FAI” sirvió para tapar muchos asesinatos. Por supuesto en la FAI y en la CNT, como en las demás organizaciones, hubo quien aprovechó la situación en su propio beneficio, quien utilizó la revolución como justificante de sus atrocidades. Pero eso no era revolucionario, era un crimen.

Volviendo al párrafo de “El País”, origen de estas letras, recordar a quienes afinan de oído, que la republica legalmente presidida por Manuel Azaña, poco sospechoso de anarquista, nombró, legalmente, a Largo Caballero (PSOE) presidente del gobierno quien a su vez, legalmente, nombró en su gabinete (el único con posibilidades reales de ganar la guerra) a nada menos que cuatro ministros de la revolucionaria, pero legal, CNT.

La CNT de hoy no es la que era. En 1978 trescientas mil personas escuchaban a Federica Montseny en Montjuich. Había que, siguiendo el hilo Martín Villa-Cebrían, desactivar aquello. El caso Scala, montado en las cloacas de los legales gobiernos de la UCD, funcionó. Algunos piensan que hoy la CNT está muerta y de ahí su gesto valiente de “a moro muerto gran lanzada”. Queridos editorialistas del País, afortunadamente para todos, los muertos que vos matáis gozan de buena salud. Lo que no se entiende fácilmente es el precio tan alto que tiene en el mercado la carne de editorialista.
Será por dinero…¿eh, Cebrian?

Abel Ortiz